jueves, octubre 04, 2012

¿Y qué tantas vueltas para condenar a los criminales?


La sociedad dominicana ha estado siguiendo, atenta, la evolución de un caso criminal en el que todavía la justicia camina lenta, sospechosamente lenta, para imponer las debidas sanciones a los acusados de un fallido atentado contra la vida de un joven abogado y comunicador de Santiago.
Nos referimos al caso de Jordi Veras Rodríguez, tiroteado en la cara en junio del 2010 mientras entraba al canal de televisión donde produce un programa de comentarios, en una alevosa conjura bien orquestada y pagada por personajes siniestros que no terminan de ser llevados al juicio de fondo para que se les dicten las penas correspondientes.
Veras es hijo del respetado y reconocido jurista Ramón Antonio (Negro) Veras, uno de los más distinguidos defensores de los derechos humanos, pero también un ciudadano que ha ganado méritos en la sociedad por un ejercicio serio y limpio de su profesión.
Con justo derecho, el doctor Veras está reclamándole a la justicia que no defraude a esta sociedad permitiendo que los autores del intento de asesinato de su hijo eludan el castigo penal, en la medida en que los tribunales barajan y le dan vueltas al caso para no dilucidarlo a fondo y tomar las decisiones definitivas sobre los culpables.
Y tiene toda la razón el doctor Veras. Si la justicia no obra con prontitud (aunque ya se ha tardado demasiado) y con valentía, este caso podría convertirse en un desagradable acicate para la impunidad de ese y otros episodios semejantes en que el sicariato ha dejado las huellas de su tenebroso quehacer, actuando por impulsos de una  mano invisible e imprevisible que dicta sentencias de muerte con el mayor descaro y prepotencia.
Lo que no tiene explicación, ni mucho menos justificación, es que habiendo identificado a los autores intelectuales y materiales del grosero atentado contra la vida del joven abogado Veras Rodríguez, la Justicia parezca indiferente, timorata o tal vez forzosamente paralizada para concluir el proceso, dejando en la sociedad la sensación de que aquí, por miedo o irresponsabilidad de las autoridades, los criminales pueden hacer lo que les venga en gana con las vidas y propiedades de los ciudadanos.