Todo el país, también sabe, que el mismo Adriano Román desde su celda de Rafey, pagó para matar al abogado que defendió y apoyó a Miguelina en el proceso, Jordi Veras Rodríguez, el 2 de junio de 2010, en un atentado que dejó a este joven profesional con secuelas de por vida.
Todo el país conoce la historia de Miguelina Llaverías, una dominicana que sobrevivió al intento de feminicidio en octubre del año 2005, cuando el padre de sus cuatro hijos e hijas, el industrial Adriano Román, casi consiguió asesinarla de un tiro en la cabeza, disparado por un sicario pagado que la dejó por muerta.
El proceso legal que siguió en la justicia penal desde el año 2006, terminó en una condena firme el 25 del mes de Junio del año 2008, cuando la Suprema Corte de Justicia envió a Adriano Román y a sus cómplices, Engels Carela Castro, Fausto Aris Pérez, a la cárcel por 20 años, y a Dámaso Nova Peralta, autor material del intento, por 30 años, sentenciando definitivamente, en los dos grados y en casación, el crimen del feminicidio en contra de Miguelina Llaverías.
Todo el país, también sabe, que el mismo Adriano Román desde su celda de Rafey, pagó para matar al abogado que defendió y apoyó a Miguelina en el proceso, Jordi Veras Rodríguez, el 2 de junio de 2010, en un atentado que dejó a este joven profesional con secuelas de por vida.
La historia de Miguelina es la de una mujer víctima sobreviviente de violencia de género intrafamiliar que empezó cuando se casó con el condenado Adriano Román, sufriendo maltratos y vejámenes que no terminaron con el divorcio después de 13 años de matrimonio, dos hijos y dos hijas. En 1978, ya divorciada, Miguelina fue secuestrada, maltratada física, sexual y emocionalmente por Román,en una finca que tenía este en la comunidad de Villa González, torturándola cruelmente por espacio de 72 horas y haciéndola violar por un peón, mientras él tomaba fotos, un hecho que consternó a la ciudad de Santiago y al país, al extremo que una multitud enardecida de hombres y mujeres de todas las clases sociales, trató de linchar al referido imputado que para entonces fue privilegiado con una fianza de apenas $100.00 y protegido por una justicia ciega al género, además de corrupta.
Desde 1978, Adriano Román ha demostrado que es un masculino violento coherente y forma parte de ese 10 a 15% de los hombres machistas que son peligrosos porque no son fácilmente regenerables: durante 20 años amenazó a Miguelina con matarla, una lógica que los especialistas en masculinidad violenta suelen reconocer como la mayor adhesión a los roles de género que, en el caso de los hombres, obliga al control y hasta la muerte.
El caso es que, el miércoles 29 de agosto, el condenado Román, recluido en la cárcel de Rafey por sentencia definitiva, solicitó por tercera vez, un cambio de su régimen penitenciario y el permiso de cumplirlo en su domicilio, alegando sus 74 años cumplidos y el privilegio del artículo 342 del Código Procesal Penal.
Hay que llamar a la atención de la Justicia sobre el compromiso que tiene de proteger a Miguelina a quien, precisamente por haberla desamparado en 1978, sin reconocer el riesgo que significaba para ella la extrema violencia de género, física, emocional y sexual cometida por Román contra ella entonces, facilitó los acontecimientos del año 2005.
Hay aún más, el condenado Román no solo representa peligro contra Miguelina, también ha mantenido las peores amenazas para toda persona que la rodea y la apoya, incluyendo a sus hijas e hijos, su actual esposo de más de 20 años, periodistas, amistades, abogados/as y hasta Ministerio Público y Judicatura. Y la justicia no tiene porque dudarlo, solo con recordar que Román también atentó contra la vida de su hermano Pablo, a quien le echó ácido de baterías y dio choques eléctricos, hecho por el que estuvo preso tres meses y cuya querella fue retirada en diciembre de 2005 por el abogado del agredido, sin que la víctima supiera. (Estas violencias están registradas en la justicia de Santiago, pero hay muchas más, hacia su hermana fallecida, a un sobrino y más, asentadas en la memoria de esta ciudad).
No, la edad de Adriano Román importa poco ante la peligrosidad de sus acciones violentas prolongadas en el tiempo y si la cárcel no lo ha cambiado, hay que asegurar que lo que le queda de los 20 años de condena tampoco serán suficientes. Román es tan selectivamente violento e incapaz de reconocer y aceptar su personalidad asesina, que debe quedarse donde está para tranquilidad de todo el país.
En las cárceles dominicanas hay alrededor de sesenta condenados masculinos que sobrepasan la edad de Adriano Román y cuyos expedientes estudiados en los tribunales, determinaron que la tranquilidad del envejecimiento es una labor de las personas para crecer cuando somos jóvenes y adultas. Porque la serenidad, el sosiego, la paz y la calma son virtudes de aquellas personas envejecientes que se las ganaron construyendo la fortaleza y el amor de la familia que crearon y mantuvieron.